Juan Carlos Chébez
(31 de octubre de 1962-15 de mayo de 2011)
En 1975, con sus 13 años recién cumplidos, Juan Carlos Chébez fundó y presidió la Asociación Pro-Conservación de la naturaleza Argentina (ACNA). Poco tiempo después la Asociación Ornitológica del Plata (Aves Argentinas), de la que luego sería presidente, le abrió sus puertas. Desde allí comenzó su larga travesía por el mundo de la naturaleza, que sería su gran pasión: conservar para las futuras generaciones.
Ni siquiera el servicio militar pudo torcer su vocación. Con su característico entusiasmo convenció a sus superiores para que lo enviasen a la Isla de los Estados y allí fue en busca del huillín, el esquivo mustélido que lo desveló. Comenzaba a perfilarse su inquietud por los animales en peligro de extinción. Luego del servicio militar, llegó a la Fundación Vida Silvestre Argentina y desde allí comienza su largo peregrinar por los distintos ambientes naturales de la Argentina, llegando a Misiones, cautivado por el misterio y los secretos bien guardados de la selva.
De la mano de Luís Honorio Rolón, llega al Ministerio de Ecología, convirtiéndose en su asesor. Se crea el Sistema Provincial de Áreas Protegidas y promueve la creación del Parque Provincial Urugua-í de 84.000 hectáreas. Esta fue la primera reserva compensatoria del país por la creación de la represa Urugua-í, que inundó la cuenca baja del arroyo Urugua-í. Durante su gestión crea también ocho Parques Provinciales, aparecen los primeros Parques Naturales Municipales de la Provincia, las Reservas Privadas y encara las primeras conversaciones con la entidad Binacional Yaciretá para la protección de Campo San Juan y el Teyú Cuaré, como posibles áreas compensatorias por la creación de la represa.
Queda cautivado por Luís Landriscina cuyo carisma lo entusiasma y la coherencia de Atahualpa Yupanqui lo fascina. Comprende que el arraigo por la tierra que ellos pregonaban desde el folclore, eran los mismo valores que Juan Carlos defendía. "El hombre es tierra que anda" diría Don Ata, y logra conjugar la música, la leyenda, el paisaje y la naturaleza, en su más alta expresión.
Sabía que desde el estado podría proyectase y determinar la importancia de este para la creación de nuevas áreas naturales protegidas. En Parques Nacionales, fue Director de Manejo de Recursos Naturales y Director de la Delegación Regional del Nordeste Argentino en Iguazú, Misiones. Crea las primeras Reservas Naturales Estrictas Otamendi, Benitez y San Antonio.
Gracias a que descubre una vieja carta olvidada en algún cajón de un escritorio de Troels Petersen logra la donación de sus tierras en la Provincia de Corrientes, donde se crea el Parque Nacional Mburucuyá. Si Juan Carlos no hubiese leído esa carta, hoy ese Parque Nacional no existiría.
Diseña e impulsa la creación del "Corredor Verde Misionero" consciente de que era la última posibilidad para salvar la selva misionera. En 1999 este proyecto se pone a la vanguardia del ambientalismo internacional, protegiendo más de 1.000.000 de hectáreas.
En 1994, durante su larga estadía en Iguazú, también fue asesor honorario del Ministro de Ecología mientras funda la Delegación Misiones de la Asociación Ornitológica del Plata. Desde allí promueve y respalda el proyecto GuiráOga, inaugurándose formalmente el 23 de agosto de 1997 y convirtiéndose en su asesor técnico.
Juan Carlos vuelve a Bs. As. y es nombrado Asesor de la Presidencia de Parques Nacionales, para luego en comisión de servicio, dirigir el Área de Biodiversidad del Departamento de Investigación y Conservación, de la Fundación de Historia Natural Félix de Azara, entidad donde creó numerosos grupos de voluntarios intentando siempre buscar algún entusiasta que lo interpretara y así seguir difundiendo la necesidad de proteger los ambientes naturales.
En el 2007, aprovechando la firma de un convenio entre la Administración de Parques Nacionales y el Ministerio de Defensa de la Nación, crea las primeras Reservas Naturales Militares. Así Juan Carlos, gracias a su olfato para descubrir sitios importantes para conservar, logró crear tantos Parques y Reservas que nadie jamás en tan corto tiempo pudo concretar.
Fue también el desencadenante, gracias a un informe técnico que elaboró y tomó estado público, de la creación del Parque Nacional La Fidelidad, una estancia de 250.000 hectáreas entre las provincias de Chaco y Formosa, que debería en homenaje llevar su nombre.
Escribió una inmensa cantidad de libros que hoy sin duda son el material de cabecera de técnicos, científicos, naturalistas, conservacionistas y entusiastas. Además, brindó una increíble cantidad de conferencias, que siempre terminaban con un público que de pié aplaudía a este hombre, que vivió para conservar el patrimonio natural de todos los Argentinos.
También fue cantautor, logrando describir la vida de la selva, sus culturas, tradiciones, mitos y leyendas. En numerosas escuelas de la Provincia se utiliza su música para a través del canto ilustrar aquellas criaturas que existen en Misiones, difundiendo su pasión a las futuras generaciones. Su disco "Cantos de la Selva" lo grabó en los meses de enero y febrero del 2001 en Puerto Iguazú (Misiones).
Juan Carlos Chébez se fue a los 48 años, pero dejó sembrada una semilla que antes no era mencionada: la ecología. Una semilla que prendió fuerte en todos los jóvenes, que hoy recogen el fruto de sus visiones y concreciones.
Juan Carlos también tenía un excelente olfato para determinar quienes individualmente podían ser aquellos que mejor interpretaran su mensaje. Sabía comprender a los "habladores" como él siempre decía, pero su pasión eran los "hacedores" aquellos que lo acompañaban en sus charlas íntimas hasta altas horas de la noche, diseñando y buscando alternativas para conservar algún pedacito de monte, donde todavía la fauna silvestre se presentara.
Juan Carlos era así, extenso a la hora de explicar con lujo de detalle cada acción a seguir.
Quienes tuvimos la oportunidad de compartir esas largas horas en las que nos mantenía en vilo y expectantes con su sabia palabra, sabemos que dentro de nuestros corazones Juan Carlos está presente y brilla permanentemente.
Hoy que ya no está y se lo extraña, la semilla que sembró ha germinado y muchos de nosotros hemos aprendido el valor de lo que significa PROTEGER para CONSERVAR gracias a él.
¡¡¡¡¡Gracias Juan Carlos, GRACIAS MAESTRO!!!!!!!!!!!!!!!
Escribió varios libros que sus títulos se hallan descriptos más abajo, también coautor de numerosos artículos técnicos y de divulgación e informes especiales.
- Mamíferos silvestres del archipiélago fueguino. (1993)
- Los que se van. Especies argentinas en peligro. (1994)
- Fauna misionera. (1996)
- Los mamíferos de los Parques Nacionales de la Argentina. (1997)
- Reservas Naturales misioneras. (1998)
- Las aves de los Parques Nacionales de la Argentina. (1998)
- Guía de las aves de Iguazú. (2002)
- Los reptiles de los Parques Nacionales de la Argentina. (2005)
- Senderos en la selva misionera. (2005)
- Guía de las Reservas Naturales de la Argentina. (2005) en 5 tomos.
- Mamíferos silvestres de la provincia de Misiones, Argentina (2006)
- Los que se van. Fauna argentina amenazada. (2008) en 3 tomos.
- Otros que se van. (2009)
- Misiones/Aves (2009)
- Nuestros Árboles (2010)
- Misiones/Árboles (2011)
Debido a su gran conocimiento sobre especies en peligro de extinción, fue consultor para numerosas listas rojas nacionales elaboradas por la Asociación Herpetológica Argentina (AHA), la Sociedad Argentina para el Estudio de los Mamíferos (SAREM) y Aves Argentinas, atendiendo también numerosas consultas de organismos internacionales como la Unión Mundial para la Naturaleza (UICN) y BirdLife International.
También Juan Carlos Chébez fue cantautor, logrando describir la vida de la selva, sus culturas, tradiciones, mitos y leyendas que hoy en numerosas escuelas de la Provincia, se utiliza su música y letra para ilustrar a través del canto, el conocimiento de aquellas criaturas que existen en Misiones y que Juan Carlos se ha encargado de difundir y realzar para las futuras generaciones. Su disco "Cantos de la Selva" lo grabó en los meses de enero y febrero del 2001 en Puerto Iguazú-Misiones
Andrés Gaspar Giai
(10 de mayo de 1913-1977)
El área protegida en la que se emplaza GuiráOga lleva el nombre de "Andrés Giai" en homenaje al reconocido naturalista.
Corría el año 1947 y era el flamante encargado de la Sección Ornitología del museo. Por entonces buscaba la oportunidad para participar en expediciones al interior del país, y ésta llegó de la mano de un raro ejemplar de pato, con pico agudo cargado de pequeños "dientes" y copete marcado. El doctor E. del Ponte y el taxidermista A. Aiello lo habían capturado en la frontera oriental de Misiones, mientras realizaban sus investigaciones sobre la fiebre amarilla. Giai enseguida notó que se trataba del "pato serrucho", especie casi desconocida a la fecha, con sólo tres ejemplares en las colecciones argentinas y hasta rumores de su presunta extinción.
Poco le costó convencer al director del museo, don Agustín Riggi, sobre la conveniencia de hacer una expedición al por entonces, Territorio Nacional de Misiones. En 1948 a esta tierra casi virgen, y con la ayuda de Vialidad Nacional que se encontraba trazando la ruta 12, Giai llegó hasta el puente del arroyo Aguaray Guazú: su primer encuentro con la selva y sus secretos. Conoció a la hormiga "corrección", se mezcló con baquianos que le enseñaron a distinguir abejas montaraces (hasta por el olor de su miel) y aprendió el abecé de la caza en el monte. Él mismo se convirtió en un baquiano, reconoció rastros, aprendió a trampear y cazar como lo hacían los locales. No sólo con finalidad científica, su principal móvil, sino también para alimentarse, pues aquellos apartados sitios no contaban con almacenes ni casas para aprovisionarse.
Advirtió que la mejor manera de explorar el intrincado escenario misionero era navegar sus arroyos, remando vigorosamente contra la correntada en remansos y arrastrando la embarcación a pié entre las rocas de las "correderas". El timbó ofrecía la mejor madera para construirlas livianas y resistentes. El esfuerzo se veía compensado con el hallazgo de especies novedosas, incluso nunca antes registradas en el país.
Su primer pareja de "serruchos" estaba ya taxidermizada cuando una rata, que se había ganado en su rancho techado de pindó, se ensañó con las patas de uno de ellos. La búsqueda de nuevos ejemplares se complicaba en el Aguaray Guazú, según lo explicaba Giai: "Todo el bosque del río Aguaraí Guazú, ya ha sido explotado de las maderas de ley y como sucede generalmente, ha progresado el sotobosque tejiéndose una vegetación arbustiva endemoniada".
Prefirió entonces avanzar más al norte, hasta el Urugua-í, donde las selvas sí eran vírgenes, y los yaguaretés se acercaban al campamento de Vialidad para observar a los intrusos y donde no existía ninguna noticia de exploraciones río arriba. Píriz y el negro Pedro Mareco (que según decían "olía a los animales") eran sus baquianos, y los tres desaparecieron en la selva por meses. Librado a su suerte y a su resistencia física, Giai estaba dispuesto a captarlo todo. El pato serrucho era una presencia habitual y pudo obtener nuevos ejemplares. Ya no debía cuidarlos de las ratas, sino de las águilas crestadas -como la viuda y la real, predadores naturales del pato-, quienes trataban de arrebatarle los ejemplares embalsamados.
Fue testigo del accionar de "bandas" de lobos gargantilla (nutria gigante) persiguiendo peces y tortugas. Gritos y soplidos de un animal que hoy habría desaparecido de la Argentina. Convivió con carpinchos, venados, chanchos de monte (tateto y cabalí), antas, pacas, acutíes, pumas, gatos onza, pavas, monos caí y coatíes. Por nombrar sólo a algunas de las especies que su pluma se encargó de describir.
Pero la ausencia de noticias comenzó a preocupar a parientes y compañeros del museo, la policía territorial había perdido su rastro en el campamento de Vialidad. Y pasaron varios meses… hasta que tres hombres, barbudos y muy delgados, emergieron de la selva del Urugua-í: habían vivido a carne de monte, mate y "reviro", y traían un valioso cargamento de novedosas piezas faunísticas (entre ellas cuatro patos serrucho). Las crónicas de su viaje y los resultados científicos fueron publicados entre 1950 y 1951 en El Hornero.
Sus historias causaron tal entusiasmo entre sus camaradas del museo, que comenzaron a programarse nuevos viajes, a los que se agregaron William Partridge y Jorge Cranwell. Consiguieron financiación para instalar el campamento base "Yacú-poí" (casi una "estación biológica"), estratégicamente ubicado cerca del ya clásico "barrero Palacio" (los misioneros llaman "barreros" a los sitios donde los animales acuden en busca de sales que afloran naturalmente). Perfecto Rivas, el baquiano con quien Giai entabló una perdurable amistad no había visto un palacio ni en fotos, pero bautizó así aquel barrero por hallarlo "magnífico, y alto como un palacio".
El campamento, iniciado gracias a las hazañas de Andrés Giai, se mantuvo hasta 1960. Por momentos se poblaba de prestigiosos investigadores, naturalistas, taxidermistas y una no menor proporción de baquianos y amigos, a los que Giai entretenía empuñando con frecuencia la guitarra.
Pero Andrés Giai abandonó la escena hacia 1952, llevándose imborrables recuerdos. Se desprendió de la selva al tiempo que su amigo Perfecto Rivas, prefirió regalar su arma, con la que "había matado ya doce tigres…, si habría un trece, éste lo cazaría a él".
El nuevo ámbito de Giai fue la cordillera nor-patagónica, vivió en Bariloche, siguió mirando pájaros, y ahora rastreaba huemules. En los '70 se decidió a rescatar sus artículos publicados en viejas revistas y compilarlos en un libro. En eso estaba cuando el documentalista Andy Pruna lo conoció y no dudó en incluir su pericia y carisma en "Había una vez en el sur", un documental de naturaleza que fue "éxito de taquilla". Pruna quedó tan conforme con don Andrés que le propuso rodar "Había una vez en el norte", en la Misiones de sus recuerdos.
Giai abrazó la idea con entusiasmo y volvió a la selva en 1975. Se asomó a las cataratas del Iguazú y se alojó en la Seccional Yacuy del Parque Nacional. Hizo base en Puerto Esperanza. Entre mate y mate había dicho a los amigos "Me voy a quedar en Misiones, porque acá todos los pájaros me conocen¨. Pero vaya a saber qué presagio lo llevó a presentarse un día en lo de Hugo Pesce, con la siguiente frase: "Aquí estoy, vengo a morirme".
Poco después, una fría madrugada, Andrés Giai ("Andresito" para los íntimos), el excelente naturalista, el hábil dibujante, el taxidermista genial, el músico de varios instrumentos, este "Hudson" en pleno siglo veinte, calló para siempre. Sus amigos lo enterraron en la selva.
Ni siquiera supo que muchas de las especies que antaño cazaba, ahora se extinguían. Que un proyecto hidroeléctrico acabaría por inundar la selva de sus aventuras. Se fue cuando más hacía falta: hubiese sido un aliado incondicional para salvar la selva. Un desafío que él mismo instaló en nosotros, seguramente sin saberlo, desde las páginas de su libro publicado un año después de su partida "Vida de un naturalista en Misiones".
Andrés Giai se quedó en la selva que tanto amó.